jueves, 29 de enero de 2015

007 Licencia para soñar

Martini con vodka, mezclado, no agitado. Suspiro… Llevo toda una vida soñando con ese cóctel. Desde que era pequeño siempre lo tenía en mente. Cada vez que veía una película suya, me veía saboreándolo y sintiéndome un rey. Pedirlo era una seña de identidad, de calidad, de distinción… Todo chico soñaba con ser él, un tío elegante, educado, galán, capaz de conseguir todo, incluso que cualquier mujer cayera rendida a sus pies. En pocas palabras, un guaperas. No había otro como él. Magia en estado puro.

Y por fin, muchos años después de su primera película, ese personaje ficticio se ha convertido en una realidad. Ha conseguido inundar nuestros hogares, nuestras conversaciones y tertulias e, incluso, nuestros teléfonos móviles. Sin lugar a dudas, ha pasado a formar parte de la familia. Ha vuelto elegante, caballeroso y servicial, siempre dispuesto a arreglar los problemas de nuestro país. Derrocha dinero, pero siempre en beneficio de sus amigos y, si algún día puede entrarles al reservado de alguna de las mejores discotecas, no duden que lo hará. Como bien dice la canción: “tiene money, tiene cash, el pequeño Nicolás”.

Así es como interpreto a Francisco Nicolás, un 007 con licencia para soñar. Ni el mismísimo James Bond, con 20 añitos, hubiera logrado lo que ha conseguido este chico. Tantos años soñando con ese cóctel y ahora resulta que este churumbel lleva degustándolo desde hace tiempo. ¡Impresionante! Crème de la crème. Rodeado de la élite política y empresarial de este país, ejerce como colaborador del mismísimo CNI, negocia asuntos de Estado, acude a reuniones de la cúpula, saluda a personajes ilustres y hasta tiene tiempo para su chica Bond: “la pechotes”. ¡Toma ya!

Nuestro Bond, celebra fiestas en alta mar en los mejores yates, rodeado de amigos y bebida. Los alquila durante una tarde y se marcha a navegar por la costa, disfrutando así, de las mejores vistas. Mientras, a su edad, yo alquilaba un patinete y, por supuesto, sin tobogán, eso era otro nivel. Además, el señor del alquiler no nos dejaba pasar de la escollera, lo que significaba que, como mucho, y con suerte, veríamos pasar una medusa. Entretanto, el pequeño Nicolás, accede a las mejores discos, goza de sus zonas VIP e invita a diestro y siniestro. Yo, por aquel entonces, tenía que mostrar el DNI para poder acceder a las grandes salas, y por culpa de mis despistes, un día que me lo dejé en casa, tuve que pedirle el suyo a un amigo, hacerle una fotocopia y, sobre ella, con un lápiz oscuro, asemejar su cara a la mía, por lo que tuve que dibujarle mi pelo largo. Evidentemente, me quedé en la calle.

El despliegue que acompaña a nuestro héroe, a los lugares más importantes, lo componen varios coches oficiales de lujo, multitud de escoltas y un chófer personal, mientras que una mountain bike y un patinete prestado, componían el mío, sin olvidar una scooter que me robaron y la siempre eterna California BH.

Señores, hay truco. No me refiero al de la fotocopia del Documento Nacional de Identidad, sino a las hazañas de Francisco Nicolás. Por supuesto que hay grandes hombres detrás de él. Uno solo no monta un imperio, necesita ayuda. Ahora nadie quiere saber nada, y es más, nos quieren hacer creer que todo son historias del chico, pero con la poca credibilidad que tiene el gobierno en estos momentos y un poco de sentido común, no hace falta estar muy cuerdo para saber que hay gato encerrado. No dudo que haya fantasía en sus relatos, de hecho, estoy convencido que la hay. Seguro que, en la narración del chaval, hay unas cuantas verdades, al igual que mentiras, pero, demasiadas preguntas sin resolver e incógnitas por descifrar continúan sobrevolando la historia. ¿Alguien en su sano juicio piensa que un adolescente, por muy inteligente que sea, monta este circo?

Como bien dice mi tía, “qui no té padrí, no es bateja”. Le abrieron las puertas, y él, ávido como un 007, adquirió licencia para soñar.  

jueves, 22 de enero de 2015

Fútbol, alcohol y reflexiones

Por fin llegó aquella tarde de domingo. Los astros se conjuraron y yo, un adolescente en plena efervescencia, había conseguido tres abonos de Tribuna para ver el partido. Decidí acudir en familia, con mis dos hermanas, ya que una de ellas nunca había ido al fútbol. Que mejor manera de debutar que hacerlo desde una posición privilegiada, con los asientos más cómodos y las mejores vistas. Eso sí, un aroma incesante a caliqueño nos acompañaría en todo momento, transportándonos a tiempos antiguos. Todo estaba listo para disfrutar al máximo de la experiencia. Curioso fue el final.

El fútbol es como el alcohol. Una afirmación tajante, pero no falta de criterio. Ambos, son capaces de sacar lo mejor y lo peor de lo que los seres humanos llevamos dentro.
Esta es la peculiar reflexión a la que he llegado después de plantearme, una y mil veces, por qué pasa esto en el balompié, sobre todo, si comparamos a éste con el resto de deportes. ¿Qué maquinaria es capaz de remover tantas pasiones y sentimientos capaces de transformarse en estados de locura?, y ¿por qué? ¿Quién no se ha preguntado qué es lo que tiene el deporte rey para generar tanta irracionalidad? La misma que se genera al consumir la famosa agua con misterio.

En general, el consumo excesivo de alcohol está asociado al olvido y a la evasión. Un paréntesis que aporta una falsa sensación de alegría que ayuda a desconectar, por unos momentos, de todos los problemas que acechan. Los desvaríos se desatan, mientras que el “todo vale” marca la regla principal.
Por desgracia, en el fútbol, tres cuartos de lo mismo. Para muchos aficionados, el balompié es su vía de escape. Llega el Kit Kat semanal, la hora de desconectar de todo y disfrutar de su pasión. Si es entendida como toca, el gozo es máximo, pero si va más allá, de nuevo el “todo vale” impera en el reino.

Resulta curioso, pero, en mi reflexión, he llegado a plantearme que igual que disponemos de una amplia gama de bebidas para elegir, también lo podemos hacer con los equipos. A unos les gusta la ginebra, a otros el whisky, unos son del Racing, otros del Espanyol, pero no importa el alpiste o el club que sea, siempre van a acabar generando lo mismo.

Quince años después, mi hermana, la que nunca había ido al campo, sólo ha vuelto una vez más, y por obligación. No es que aquella tarde perdiéramos por 8 goles de diferencia y se llevara tal disgusto que nunca más quisiera volver, sino que le impactó tanto el ambiente de insultos, silbidos, discusiones y lanzamiento de objetos que vivió en la grada (y eso que, supuestamente, era la mejor zona), que decidió no volver más. Sinceramente, en aquel momento, sus dos hermanos caímos en que no nos habíamos dado cuenta de nada de lo que hablaba… Sí, nosotros también estábamos anestesiados.

En ocasiones, hace falta que alguien de fuera nos haga ver las cosas. Con el alcohol pasa lo mismo. Nos guste más o menos, es una droga socialmente aceptada, incluso me atrevería a decir que, en algunos casos, está bien vista. Nos hace gracia ver a alguien piripi, tomar unas copas de más o hacer un macrobotellón con los amigos. Simplemente, estamos anestesiados… Sí, como en el fútbol. Cuando alguien despotrica contra un jugador o incluso un menor llama cabrón al árbitro, nos podemos llegar hasta a reír. Alguien descarga un mechero sobre un jugador rival y… ¡mira! que no le pase nada, pero que se fastidie porque hemos perdido por su culpa. Es triste, pero cierto.
En el fútbol, estamos tan acostumbrados a todas estas cosas que lo vemos hasta normal. No nos paramos ni a pensar qué ambiente tenemos alrededor. Incluso se puede llegar a justificar que todas estas acciones forman parte del mismo, porque sino, no sería lo que es… Lo que yo les diga, anestesia pura y dura.

El fútbol, como el alcohol, está en todas partes, al igual que sus insultos y acciones violentas. No sólo en una zona delimitada del campo. Está en los padres que se pegan e insultan viendo jugar a sus hijos dando el peor de los ejemplos, en las madres que se enzarzan en discusiones por las decisiones del árbitro, en el noble de Tribuna que le lanza un objeto a un jugador cuando va camino del vestuario, en los dirigentes y sus nefastas declaraciones, en los técnicos y jugadores con sus acciones y, por supuesto, en nosotros mismos, los medios de comunicación, generando rivalidades innecesarias.

Si pretendemos cambiar las cosas, ardua tarea la que se avecina. Muchas teclas habrá que tocar hasta conseguir una bonita sinfonía.

Señores responsables, si tienen que meterle mano, métansela bien.