Martini con vodka, mezclado, no
agitado. Suspiro… Llevo toda una vida soñando con ese cóctel. Desde que era
pequeño siempre lo tenía en mente. Cada vez que veía una película suya, me veía
saboreándolo y sintiéndome un rey. Pedirlo era una seña de identidad, de
calidad, de distinción… Todo chico soñaba con ser él, un tío elegante, educado,
galán, capaz de conseguir todo, incluso que cualquier mujer cayera rendida a
sus pies. En pocas palabras, un guaperas. No había otro como él. Magia en
estado puro.
Y por fin, muchos años después de
su primera película, ese personaje ficticio se ha convertido en una realidad.
Ha conseguido inundar nuestros hogares, nuestras conversaciones y tertulias e,
incluso, nuestros teléfonos móviles. Sin lugar a dudas, ha pasado a formar
parte de la familia. Ha vuelto elegante, caballeroso y servicial, siempre
dispuesto a arreglar los problemas de nuestro país. Derrocha dinero, pero
siempre en beneficio de sus amigos y, si algún día puede entrarles al reservado
de alguna de las mejores discotecas, no duden que lo hará. Como bien dice la
canción: “tiene money, tiene cash, el pequeño Nicolás”.
Así es como interpreto a
Francisco Nicolás, un 007 con licencia para soñar. Ni el mismísimo James Bond,
con 20 añitos, hubiera logrado lo que ha conseguido este chico. Tantos años
soñando con ese cóctel y ahora resulta que este churumbel lleva degustándolo desde
hace tiempo. ¡Impresionante! Crème de la
crème. Rodeado de la élite política y empresarial de este país, ejerce como
colaborador del mismísimo CNI, negocia asuntos de Estado, acude a reuniones de
la cúpula, saluda a personajes ilustres y hasta tiene tiempo para su chica Bond: “la pechotes”. ¡Toma ya!
Nuestro Bond, celebra fiestas en
alta mar en los mejores yates, rodeado de amigos y bebida. Los alquila durante
una tarde y se marcha a navegar por
la costa, disfrutando así, de las mejores vistas. Mientras, a su edad, yo
alquilaba un patinete y, por supuesto, sin tobogán, eso era otro nivel. Además,
el señor del alquiler no nos dejaba pasar de la escollera, lo que significaba
que, como mucho, y con suerte, veríamos pasar una medusa. Entretanto, el
pequeño Nicolás, accede a las mejores discos, goza de sus zonas VIP e invita a
diestro y siniestro. Yo, por aquel entonces, tenía que mostrar el DNI para
poder acceder a las grandes salas, y por culpa de mis despistes, un día que me
lo dejé en casa, tuve que pedirle el suyo a un amigo, hacerle una fotocopia y,
sobre ella, con un lápiz oscuro, asemejar su cara a la mía, por lo que tuve que
dibujarle mi pelo largo. Evidentemente, me quedé en la calle.
El despliegue que acompaña a
nuestro héroe, a los lugares más importantes, lo componen varios coches
oficiales de lujo, multitud de escoltas y un chófer personal, mientras que una mountain bike y un patinete prestado,
componían el mío, sin olvidar una scooter
que me robaron y la siempre eterna California BH.
Señores, hay truco. No me refiero
al de la fotocopia del Documento Nacional de Identidad, sino a las hazañas de
Francisco Nicolás. Por supuesto que hay grandes hombres detrás de él. Uno solo
no monta un imperio, necesita ayuda. Ahora nadie quiere saber nada, y es más,
nos quieren hacer creer que todo son historias del chico, pero con la poca
credibilidad que tiene el gobierno en estos momentos y un poco de sentido
común, no hace falta estar muy cuerdo para saber que hay gato encerrado. No
dudo que haya fantasía en sus relatos, de hecho, estoy convencido que la hay. Seguro
que, en la narración del chaval, hay unas cuantas verdades, al igual que
mentiras, pero, demasiadas preguntas sin resolver e incógnitas por descifrar
continúan sobrevolando la historia. ¿Alguien en su sano juicio piensa que un
adolescente, por muy inteligente que sea, monta este circo?
Como bien dice mi tía, “qui no té
padrí, no es bateja”. Le abrieron las puertas, y él, ávido como un 007,
adquirió licencia para soñar.