jueves, 22 de enero de 2015

Fútbol, alcohol y reflexiones

Por fin llegó aquella tarde de domingo. Los astros se conjuraron y yo, un adolescente en plena efervescencia, había conseguido tres abonos de Tribuna para ver el partido. Decidí acudir en familia, con mis dos hermanas, ya que una de ellas nunca había ido al fútbol. Que mejor manera de debutar que hacerlo desde una posición privilegiada, con los asientos más cómodos y las mejores vistas. Eso sí, un aroma incesante a caliqueño nos acompañaría en todo momento, transportándonos a tiempos antiguos. Todo estaba listo para disfrutar al máximo de la experiencia. Curioso fue el final.

El fútbol es como el alcohol. Una afirmación tajante, pero no falta de criterio. Ambos, son capaces de sacar lo mejor y lo peor de lo que los seres humanos llevamos dentro.
Esta es la peculiar reflexión a la que he llegado después de plantearme, una y mil veces, por qué pasa esto en el balompié, sobre todo, si comparamos a éste con el resto de deportes. ¿Qué maquinaria es capaz de remover tantas pasiones y sentimientos capaces de transformarse en estados de locura?, y ¿por qué? ¿Quién no se ha preguntado qué es lo que tiene el deporte rey para generar tanta irracionalidad? La misma que se genera al consumir la famosa agua con misterio.

En general, el consumo excesivo de alcohol está asociado al olvido y a la evasión. Un paréntesis que aporta una falsa sensación de alegría que ayuda a desconectar, por unos momentos, de todos los problemas que acechan. Los desvaríos se desatan, mientras que el “todo vale” marca la regla principal.
Por desgracia, en el fútbol, tres cuartos de lo mismo. Para muchos aficionados, el balompié es su vía de escape. Llega el Kit Kat semanal, la hora de desconectar de todo y disfrutar de su pasión. Si es entendida como toca, el gozo es máximo, pero si va más allá, de nuevo el “todo vale” impera en el reino.

Resulta curioso, pero, en mi reflexión, he llegado a plantearme que igual que disponemos de una amplia gama de bebidas para elegir, también lo podemos hacer con los equipos. A unos les gusta la ginebra, a otros el whisky, unos son del Racing, otros del Espanyol, pero no importa el alpiste o el club que sea, siempre van a acabar generando lo mismo.

Quince años después, mi hermana, la que nunca había ido al campo, sólo ha vuelto una vez más, y por obligación. No es que aquella tarde perdiéramos por 8 goles de diferencia y se llevara tal disgusto que nunca más quisiera volver, sino que le impactó tanto el ambiente de insultos, silbidos, discusiones y lanzamiento de objetos que vivió en la grada (y eso que, supuestamente, era la mejor zona), que decidió no volver más. Sinceramente, en aquel momento, sus dos hermanos caímos en que no nos habíamos dado cuenta de nada de lo que hablaba… Sí, nosotros también estábamos anestesiados.

En ocasiones, hace falta que alguien de fuera nos haga ver las cosas. Con el alcohol pasa lo mismo. Nos guste más o menos, es una droga socialmente aceptada, incluso me atrevería a decir que, en algunos casos, está bien vista. Nos hace gracia ver a alguien piripi, tomar unas copas de más o hacer un macrobotellón con los amigos. Simplemente, estamos anestesiados… Sí, como en el fútbol. Cuando alguien despotrica contra un jugador o incluso un menor llama cabrón al árbitro, nos podemos llegar hasta a reír. Alguien descarga un mechero sobre un jugador rival y… ¡mira! que no le pase nada, pero que se fastidie porque hemos perdido por su culpa. Es triste, pero cierto.
En el fútbol, estamos tan acostumbrados a todas estas cosas que lo vemos hasta normal. No nos paramos ni a pensar qué ambiente tenemos alrededor. Incluso se puede llegar a justificar que todas estas acciones forman parte del mismo, porque sino, no sería lo que es… Lo que yo les diga, anestesia pura y dura.

El fútbol, como el alcohol, está en todas partes, al igual que sus insultos y acciones violentas. No sólo en una zona delimitada del campo. Está en los padres que se pegan e insultan viendo jugar a sus hijos dando el peor de los ejemplos, en las madres que se enzarzan en discusiones por las decisiones del árbitro, en el noble de Tribuna que le lanza un objeto a un jugador cuando va camino del vestuario, en los dirigentes y sus nefastas declaraciones, en los técnicos y jugadores con sus acciones y, por supuesto, en nosotros mismos, los medios de comunicación, generando rivalidades innecesarias.

Si pretendemos cambiar las cosas, ardua tarea la que se avecina. Muchas teclas habrá que tocar hasta conseguir una bonita sinfonía.

Señores responsables, si tienen que meterle mano, métansela bien. 

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