Hora de comer. El telediario
inunda nuestros hogares con las noticias del día mientras comemos junto a los
nuestros. Se van dando las conversaciones sobre la mañana que hemos tenido, a
la vez que diferentes imágenes de un atentado terrorista, que se ha cobrado la
vida de 70 personas en Siria, pasan por delante nuestro sin, apenas, llamar la
atención. Estamos, desgraciadamente, tan hipnotizados y acostumbrados a verlas,
que podemos seguir hablando de nuestras cosas viendo, a su vez, la tragedia.
Cinco minutos después, con la información referente al desempleo en nuestro país,
comenzamos a olvidar los vídeos que hemos visto. Y no hace falta comentar qué
ocurre en el momento que llega la sección de deportes. Efectivamente, ya no
sabríamos decir con exactitud dónde ha ocurrido la masacre y cuántas víctimas
ha habido. Casi olvidado. Mañana, por desgracia, volverá a pasar lo mismo.
Hora de cenar. De nuevo, las
mismas instantáneas con información ampliada. Nuevos datos en torno a lo
ocurrido con conexiones en directo desde Damasco. El corresponsal de cada
cadena ofrece la última hora. Continúan las conversaciones en nuestra mesa,
mientras nos llama la atención un sonido de alerta del WhatsApp y decidimos
mirar el móvil. Cinco minutos después, la tragedia comienza a caer en el
olvido, y no tendríamos muy claro quién iba en el autobús… ¡Espera! ¿no era un
coche?, ¿o ha sido en un edificio de las fuerzas de seguridad? Sección de
deportes, no hace falta añadir más.
Pero, ¿qué ha ocurrido en París?
La cosa cambia; hay reacción. Los diálogos alrededor de la mesa cesan, la
comida se enfría y el WhatsApp pasa a segundo plano. Pensamos que en países
desarrollados no suelen pasar estas desgracias, y es cierto que todos los medios
de comunicación amplían muchísimo la cobertura de lo sucedido, sin embargo, no
tenemos la misma respuesta. Así es, tremendamente real y, a su vez, triste,
pero no olvidemos que no deja de ser un atentado terrorista en el que, de
nuevo, fallecen seres humanos.
“¿Qué mierda tiene esta gente en
la cabeza?” Así de contundente fue la frase que me dijo la persona que tenía
delante mientras divisábamos las imágenes del atentando en la capital francesa.
Una reacción muy tajante que, probablemente, no tenemos cuando las mismas locuras
se comenten en otros continentes y, nosotros, continuamos con el plato de sopa.
Hay que reconocer que respondemos cuando nos toca de cerca y, desgraciadamente,
ahora acaba de suceder.
En la Edad Media, la vida de una
persona valía muy poco. Estudiábamos esa época pensando que era parte del
pasado y que aquellos seres estaban muy chalados. Una mentalidad primitiva, sin
libertades, que les llevaba a no valorar nada y actuar con comportamientos nada
civilizados. Cualquier excusa era buena para guiarse según los instintos. Una
auténtica dictadura impuesta por los más fuertes. Sorprendentemente, muchos
siglos después, este período continúa estando vivo y representado en los grupos
islamistas radicales; terroristas que hacen sus propias interpretaciones del
Corán para llevar a cabo infinidad de asesinatos y atrocidades, imponiendo sus
ideas paranoicas, reflejando así, el atraso y la ignorancia frente a la
civilización. Sin lugar a dudas, son: vidas vacías.
Vidas vacías, sin valor y sin
valores, que arrebatan el aliento a seres humanos, dejando a sus seres queridos,
paradójicamente, con sus vidas vacías el resto de sus días. Seres a los que
programan como robots, demostrando así, lo manipulables que son y el poco seso
que poseen. Perfiles vacíos y, en definitiva, faltos de vida.
Pero no acabo de encajar ciertas
piezas en el puzzle. Quizá, le doy demasiadas vueltas a todo, pero las
preguntas asoman en mi cabeza y me dejan ciertos interrogantes. ¿Cómo puede ser
que semejantes individuos, primitivos e ignorantes, lleguen hasta donde han
llegado? Algo se esconde detrás de tanto medieval para, por ejemplo, dominar
los Medios Sociales (las conocidas Redes Sociales), hackear cuentas oficiales o
utilizar pasaportes falsos. ¿Quién o quiénes los están nutriendo? y ¿cómo se
financian? ¿Quiénes son esas personas pudientes o gobiernos que sueltan la
mosca? Que salgan nombres y se publiquen en los medios. A mí, al menos, no me
resulta tan fácil obtener respuestas, aunque lo que más me choca es su gran
dotación de armamento. ¿De dónde salen las armas? ¿Quiénes las venden? ¿Quiénes
están dentro de ese mercado negro a nivel internacional? Porque, si me permiten
la ironía y como vimos en Francia, desgraciadamente no estamos hablando de
rifles de feria. Demasiadas incógnitas que seguro tienen respuesta, sin
embargo, a mí no me convence cualquiera.
Desconozco qué va a suceder y qué
medidas se van a adoptar. Entretanto, la reciente unión de gobiernos, que
resuelva mis dudas, asuma responsabilidades y actúe de una vez; y nosotros,
ciudadanos civilizados, demostremos que no somos becerros. Nadie debe meter en
el mismo saco a toda la comunidad musulmana porque, entonces, la famosa
“mierda” la tendríamos, también nosotros, metida en el coco.
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