lunes, 27 de abril de 2015

Porca miseria!

Aún era lo suficientemente pequeño para entender por qué se sembraba la incertidumbre de esa manera. Quizá había otros compañeros a los que no les importaba tener que salir pitando, pero a mí me producía miedo. No era muy habitual tener que someterse a todo aquello, aunque a medida que fui creciendo, descubrí que era una práctica frecuente en determinadas épocas. Todo se quedaba en un susto, se trataba únicamente de un aviso, pero las horas de caos se hacían eternas. Con 8 años ves las cosas a tu manera y no te paras a pensar el porqué; más adelante, descubres qué razones tienen las personas que han llevado a cabo la llamadita e, incluso, te hacen hasta un favor perdiendo horas de clase; sin embargo, la primera vez te acojona, y mucho.

Recuerdo cómo bajábamos las escaleras. Había que mantener la calma y el orden; no podíamos correr ni adelantar a nadie mientras la profesora nos guiaba hacia el patio o, según la gravedad, hacia la calle. Al principio me asustaba, luego comenzaba a ver desfilar policías por el colegio y, al final, todo se quedaba en una mañana perdida. El famoso aviso de bomba terminaba cayéndose por su propio peso; no existían mochilas extrañas ni nada por el estilo. Así que, los mayores, habían vuelto a conseguir pelarse el examen de ese día. ¡Qué casualidad! Siempre se producía en períodos de evaluaciones y pruebas; un poco sospechoso. Ellos se salían con la suya, las cabinas de teléfono cercanas hacían su papel y, entretanto, los más pequeños terminábamos horrorizados. Acababas acostumbrándote, pero la realidad te muestra que no se puede jugar con temas tan serios.

Hasta el momento, para mí, eran noticias emitidas en televisión que se producían con frecuencia y te mostraban una crueldad extrema. A principios de los años 90 pensaba que no iba con nosotros, era un crío, pero esa trágica mañana de enero me cambió la visión y pasé a aceptar que nos tocaba de cerca y que era real. Mi hermana mayor estudiaba muy cerca de la Facultad de Derecho y, a la hora de comer, llegó a casa contando lo que habían vivido en la zona. Todos los medios de comunicación hablaban del asesinato en Valencia de Manuel Broseta y la conmoción que se estaba viviendo. Mientras, mi mente recordaba la cantidad de veces que pasábamos por allí en coche al volver del pueblo. ¿Cómo podía ser cierto? A partir de ese instante comprendí la crudeza de la banda terrorista ETA. Esto no tenía nada que ver con las advertencias de paquetes sospechosos en la escuela. Me marcó tanto que, aún a día de hoy, cada vez que pasó por la Avenida Blasco Ibáñez, sigo observando el monumento en su memoria.

Fieles a su cobardía, atacaron por detrás disparándole en la nuca sin dejar ninguna esperanza de vida. Posteriormente, explosionó un coche bomba que habían colocado los etarras cerca del lugar del asesinato, provocándole graves heridas en los brazos a un policía nacional. Recuerdo, perfectamente, el relato de mi hermana explicando la explosión del vehículo trampa y el desconcierto allí vivido. Anteriormente, y por desgracia, Valencia sufrió más atentados, pero en mi niñez, éste fue el primero que recuerdo. No me imagino el calvario que sufrirán las familias que han sido víctimas del terrorismo, las cuales tienen todo mi respeto y admiración. Las imágenes de la semana pasada no se pueden consentir.

Después de 23 años veo que comienza el juicio en la Audiencia Nacional contra los dos sinvergüenzas acusados de matar al catedrático valenciano. Me choca que haya pasado tanto tiempo. De repente, descubro que habían estado fugados hasta febrero de 2014 en Puerto Vallarta (México), y tras ponerles cara, me quedo estupefacto al verlos sentados en el banquillo riéndose a carcajada limpia. Sí, hombre y mujer sonriendo y conversando en la previa del proceso. Me produce repulsa. No se acaba aquí. Leo en El Mundo que otro canalla de la misma índole, éste más conocido, vive felizmente huido en Venezuela y regenta un negocio cochambroso mientras pesa sobre él una orden de busca y captura emitida en noviembre de 2008. Su imagen de buen comedor refleja que ahora ya no está para chantajear con huelgas de hambre. Me vuelve a producir repulsa. ¿Qué está pasando?

Me canso de contemplar todo esto. Me duele ver cómo siguen habiendo manifestaciones a favor de los presos terroristas, cómo se hace apología del terrorismo en determinados estadios de fútbol exhibiendo banderas y cánticos proetarras sin existir control alguno, cómo se trata en las cárceles a los reclusos vinculados al terror, cómo se ríen de sus crímenes, cómo humillan a las familias y a sus víctimas, cómo salen de las prisiones orgullosos de lo que hicieron dejando dolor y muerte a su paso, cómo viven a sus anchas en países “amigos” disfrutando de comodidades y cómo conceden entrevistas a medios de comunicación jactándose de sus delitos sin arrepentimiento alguno. Me río de la reinserción de esta gentuza, de su libertad de expresión e, incluso, de sus derechos. Intolerable. Cero concesiones. Puede que ETA abandonara la lucha armada, pero sigue muy viva, no está disuelta ni desarmada. A mí no me vale nada de esto.

No voy a hablar de la justicia de este país, ni de las leyes, ni de la introducción de la prisión permanente revisable, porque cada uno tendrá su opinión personal. Pero, a mí, me dolió observar a mandatarios reunidos con etarras, me duele ver a políticos que condenan con la boca pequeña el terrorismo de esta banda; que, inclusive, llegan a defender su lucha mientras se toleran las risas después de haber cometido atrocidades. Me pesa contemplar la desunión frente a la dureza que, en mi opinión, se debería aplicar a toda esta escoria. Me desconsuela ver cómo muchos de ellos salen vencedores al cabo del tiempo mientras las familias se sienten impotentes. Frente a esta lacra no deberían existir ni izquierdas ni derechas, ni historias de demócratas, liberales y autoritarios. Únicamente tendría que haber unión y cohesión frente al terrorismo. Sería muy interesante preguntar a la ciudadanía qué piensa de todo esto y conseguir evitar, de una vez, tener que padecer más imágenes insultantes…

Porca miseria!

miércoles, 15 de abril de 2015

Cinema espectáculo

Un Arroz del Senyoret en el cine sería un puntazo. Además, que se cocine con leña dentro de la sala, en el espacio que hay entre la primera fila de asientos y la pantalla. De hecho, en esos cines donde la calefacción brilla por su ausencia o la sala es tan amplia que no llega para todos, serviría para calentarse, a modo de chimenea. Estoy entusiasmado con la idea; ya que el cinema, a día de hoy, es un lujazo, qué menos que ofrecer la auténtica paella de los exquisitos, con su pescado bien peladito y ese aroma placentero a cocina de la abuela. ¡Impresionante! El cocinero, apartado a un lado, con su gorro, un pantalón y una chaqueta filipina doble, todo de blanco, cocinando el manjar mientras comienza a proyectarse la película para, posteriormente, ofrecer este placer extremo. Va de bo!

Las luces apagadas, únicamente ven la proyección y un foco de luz que ilumina al maestro culinario llevando a cabo la obra de arte. Imagínense qué gozada estar disfrutando de un peliculón y, a su vez, poder observar cómo se cocina esta joya. No tendrían suficientes ojos para todo. El film avanza y un olor a gloria comienza a invadirles; se aproxima el deleite masivo. Platos y más platos empiezan a subir por las escaleras, como si fueran lingotes de oro, repartiéndolos entre los asistentes y provocando el éxtasis dentro de la sala. Representen en su cabeza la viva imagen de la felicidad: cucharadas de un manjar de Dioses observando la cinta de su vida. ¿Qué más se puede pedir?

Se avecina un baby boom. Aproximadamente, dentro de nueve meses, la natalidad se disparará. Gracias a lo que va a acontecer este próximo fin de semana, la alegría va a reinar en España. No juega la selección la final del Mundial, pero va a ser completamente equiparable. Los astros han querido unir diversos factores para acometer la dicha. Un fenómeno que será estudiado por las generaciones venideras y que, sin lugar a dudas, marcará un antes y un después. Ni en sus mejores sueños hubieran imaginado algo igual. Siéntanse afortunados. Poder vivir una ocasión como ésta, es digno de Reyes, además con mayúscula.

Hacer coincidir el estreno de la película “50 sombras de Grey” con el día de los enamorados traerá el caos. Amor puro y duro y pasión desenfrenada, una combinación letal. Incluso habrá quien, en medio del film, podrá comenzar a festejar, a partir de la medianoche, el día de cupido. Flechas deberían volar por encima de la gente; confeti rojo, lanzado desde el techo, invadir las salas y, al ser día especial, habría que ofrecer paellas, a leña, de pollo, conejo y marisco. ¡Qué delicia!

Fresas con nata para las parejas y champagne para todos. Una idea cojonuda para ofrecer placer extremo. Divisen en su mente el jolgorio que se puede montar. El cine lleno hasta la bandera, cayendo fresones y nata por las filas, descorchando botellas de espumoso a granel, platos de arroz corriendo como la pólvora y cupido disparando flechas a mansalva. ¡Maravilloso! La película comienza a calentar la sala a medida que la gente da rienda a suelta a su imaginación, pero no se pasen, por si no lo saben, en Estados Unidos, una cadena de cines ha prohibido a los espectadores acudir con objetos que rindan tributo a la temática de la saga. ¡Nos han jodido! Nada de sogas y látigos.

Ir al cine dejó de ser algo que se hacía con asiduidad para convertirse en una cosa extraordinaria. Convirtámoslo, ahora, en un cinema espectáculo. Ya que pasamos la barrera de transformarlo en un bar o restaurante, brindando la genial oportunidad de comprar nachos con salsas y patatas de cuatro tipos, sin olvidar los cien tamaños de bolsas de palomitas o la infinidad de chucherías existentes… En este momento, quiero arroz del senyoret y cava. Pues sí, ya que mis zapatillas, pantalones y chaquetas se tienen que ir pringadas de comida a casa, y yo, sin enterarme de media película por culpa de los sonidos de roedores compulsivos abriendo latas y bolsas de patatas, mezclando salsas y desparramando nachos, qué menos que hacerlo a lo grande. En España apuntamos alto, somos grandes ¡coño! Adelante con todo. La finalidad de ir al cine ya no es ver películas, queremos ir a comer y cenar, espectáculo puro, que hagan arroces dentro cocinados por los mejores chefs del país, ofrezcan champagne y fresas, se vendan látigos y fustas e, incluso, que venga el bombero torero y suelten una vaquilla dentro de la sala. Ya que nos despluman con el precio de las entradas (no se les ocurra ver una proyección en 3D e ir sin gafitas), queremos spettacolo.

Me gustaba disfrutar del séptimo arte en la gran pantalla, y lo digo en pasado porque, prácticamente, ya no lo hago. Hablo como ciudadano. No soy un profesional especializado en el sector del cine, aunque he preguntado muchas veces. Sé que subió el IVA cultural y se encareció el precio de las entradas, que la piratería sigue haciendo estragos en este país, y que invertir en publicidad es muy caro, pero la realidad, no se puede negar. Pese a que los datos mejoran, ir al cine no es una prioridad. Los precios de las entradas son excesivos y las personas se lo piensan dos veces antes de acudir a una sala; sólo hay que ver qué ha ocurrido cuando se ha llevado a cabo la Fiesta del Cine durante determinados días. Entiendo que todo acarrea muchos gastos y que, probablemente, hayan tenido que convertir el cine en un bar, ofreciendo productos a precios insultantes y desorbitados para sacar pasta, pero algo tendrán que hacer. Recuperen la buena imagen del cine, inviertan en mejorarla y reformarla y reconquisten al público. Denle vida al espectador porque lo han estado matando.

Quizá piensen que he perdido la chaveta, pero no hay nada como el humor irónico y las propuestas descabelladas. Eso sí, como llegue el día en el que accedan a una sala y comiencen a cocinar una paella, acuérdense de mí; al igual que yo lo haré de ustedes.

sábado, 4 de abril de 2015

Indigestión por casta

Lolita era encantadora. El viaje hasta su casa se hacía un poco pesado, puesto que vivía en un pueblo de montaña. Después de tanta curva, era normal llegar mareado, pero todo se pasaba en el momento que comenzaba a agasajarte con infinitas muestras de cariño, ofreciéndote una cantidad inmensa de juguetes. Era una abuelita que derrochaba bondad por los cuatro costados y poseía una sonrisa que iluminaba media comarca. Sus palabras te engatusaban, demostrando una maestría insólita con los niños. Aquella viejecita te decía lo que querías oír, haciéndote sentir uno más de la familia. Te llevaba por su vivienda enseñándote todas las estancias, te encendía la chimenea de leña y hasta te ofrecía los dulces típicos de la villa. ¡Una gozada! Pasar una mañana allí era como ir al paraíso, pero cuando se acercaba la hora de comer, el momento cumbre de la visita, te la metía doblada…

Carmen no cesaba de hablar de tiempos antiguos. Continuamente echaba la vista atrás, hablando de historias de épocas pasadas, pero que le servían para vivir el día a día. Asociaba cualquier cosa al pasado y, a menudo, tenía un ejemplo añejo para relacionarlo con el presente. Era una anciana combativa que transmitía un espíritu guerrero por encima de todo. Parecía que, constantemente, llevara un puñal entre los dientes y estuviera dispuesta a pelear. Representaba una mujer desfasada, anclada en otro período y que pretendía solucionar sus problemas actuales con sus viejas recetas. Creía que todo seguía igual; recordaba su juventud y las leyendas que le habían contado sus antepasados, por lo que, cuando ibas a visitarla, escucharla se hacía un peñazo. Siempre pensé que no había evolucionado; sus explicaciones carecían de sentido, puesto que terminaba haciéndose un lío entre el ayer y el ahora. No era de extrañar que, con esta abuelita, cuando llegara la hora de la verdad, el instante de la cena, te sacara la cartilla de racionamiento.

Me sentía ansioso. La gran mayoría estábamos en el primer piso sentados alrededor de la mesa esperando a que Lolita subiera con la comida. Era domingo, así que nos deleitaba con una gran paella. El olorcito subía de planta y se apoderaba de mi estómago, preparado para un gran festín. Ese momento especial se aproximaba. Ya se escuchaban sus pasos por las escaleras que daban acceso al comedor. De repente, aparecía ella con ese paellón tremendo dispuesto a que saliváramos de placer. Iba a meterle mano cuando unos individuos llamaron mi atención… Pero ¿qué es esto? Algo no me cuadraba, la carne era muy extraña. ¿Eso son pájaros? Así es, paella con gorriones. ¡Qué desastre! Quizá, mi paladar de niño aún no estaba preparado para todo.

Mi querida Lolita representa al bipartidismo. Da la sensación que, tanto el PP como el PSOE, han aprendido de aquella mujer. Son capaces de endulzarte, regalarte los oídos y, como hacía ella, pronunciar las palabras mágicas que tú quieres escuchar. Primero te hacen sentir de la familia, segundo te aseguran que van a pelear por ti y por tus derechos, después te prometen el oro y el moro y, al final, cuando llega el momento de la verdad y gobiernan, te sacan una paella con gorriones; las promesas electorales se esfuman y te la meten doblada. ¡Cuánto sabía esta viejecita!

Después de tanta batallita, críticas a diestro y siniestro y referencias a siglos pasados, llegaba el momento de cenar. No tenía ansiedad, lo que tenía era incertidumbre. No sabía por dónde iban a ir los tiros, pero algo me hacía presagiar que se avecinaba tormenta. ¡Madre mía! ¿Qué me va a sacar esta mujer? Carmen venía por el pasillo cargada con los platos mientras me tambaleaba en la silla fruto de la expectación. Tenía hambre, estaba en edad de crecimiento, por lo que, salvo sorpresa, me iba a comer lo que fuera. Entró en el comedor y me dejó el plato delante de mí. Sí que había sacado la cartilla de racionamiento, y de qué manera. Una tortilla francesa de un huevo y una longaniza. Pan por la noche no se comía; algo ligerito, decía. En tres minutos había cenado. ¡Qué chasco!

¿Se imaginan a quién representa Carmen? Siempre hablando de fechas del pasado, de historias de revoluciones, de símbolos de otros siglos y de pueblos unidos que se alzaron contra los gobernantes. Un discurso combativo como el de ella, del que, en ocasiones, se desprende la sensación de que se aproxima una guerra. La abuelita simboliza, sin lugar a dudas, a PODEMOS. El grupo de Pablo Iglesias pretende arreglar los problemas actuales con soluciones de siglos pasados. Veneran a otros países cuyos sistemas de gobernar están anclados y obsoletos, con formas de funcionar inauditas en países demócratas y avanzados. En esa defensa del ayer en el hoy, acaban haciéndose un embrollo, promoviendo propuestas que no son viables y que, posteriormente, les llevan a la rectificación. Un discurso populista, con tintes épicos, que atrae a una población quemada, lógicamente, de tanta paella con gorriones. Y al final ¿qué? Cartilla de racionamiento; nos acabarán sacando una tortilla francesa y una longaniza. Otro chasco y más casta.

Todos los partidos políticos tienen un juego, y todos les van a invitar a que se sienten en su mesa. No sé si en el menú encontrarán gorriones, tortillas o, quizá, longanizas, pero vayan con cuidado no acaben diagnosticándoles una indigestión por casta. Piénsenlo bien y apliquen el refrán: “en la mesa y en el juego, se conoce al caballero”.